Escrito el jueves, 14 de mayo de 2009 a las 00:00 h. por Silberius de Ura siendo Abad
Con la caída de la tarde, centenares de pájaros (de estorninos negros), se sumerjen en la frondosidad del árbol que habita el claustro, y con su alboroto, llenan de trinos y gorgojeos los oidos de los monjes que por allí pasan.
Yo me pregunto si los pájaros sólo buscan el refugio de las ramas del árbol, o si además, son capaces de percibir la energía que emana del monasterio. Esa energía que hace sentir tan bien a los hermanos, y a los huéspedes que nos visitan. Yo creo que si, que la perciben. Y algo más ha de haber, pues, a pesar de ser tantos, y por ende, presa fácil para algún cernícalo, o para algún halcón, nunca se supo de ninguno que frecuentase los cielos del claustro en busca de alimento.
A veces, cuando todos los pájaros están en el éxtasis de su trepidante parloteo, un monje da una palmada, y todos callan, como si entendiesen que se les está pidiendo eso.
Concluyo pues diciendo, que los hombres poco sabemos del mundo animal, y que seguro que a poco que nos interesásemos, como hizo el buen Francisco de Asís, otros conocimientos alcanzarían nuestra mente.
Queda dicho.